Uno de los hallazgos más sorprendentes de mis últimas lecturas es un ensayo de Ferrucio Busoni (pianista italiano virtuoso de comienzos del siglo XX, compositor y transcriptor compulsivo de obras de otros músicos) en el cual afirma que Beethoven sería "el resultado de dos polos, encarnados en Bach y Lizt". Esta afirmación, aparentemente absurda en términos cronológicos, es, sin embargo, poderosísima y perfectamente plausible si pensamos en términos de intertextualidad y miramos todos los textos, las imágenes, las músicas como un juego infinito de imágenes y reflejos que se devuelven los unos a los otros, sin valerse de ninguna linealidad espacio-temporal, y que nos condenan (a mí también y a este texto que escribo ahora mismo) a ser unos eternos reescritores, recompositores (susceptibles de ser, a su vez, reescritos y recompuestos).
Duro golpe para los "originales" que creen que crean por generación espontánea y que tienen bien delimitado el espacio de sus obras. No hay nada que crear (nunca lo hubo). Todo ha sido dicho -y mil veces- (lo que no significa necesariamente que haya sido escuchado).
Ajeno a estas ilusiones, el recreador tiene desplegadas sus antenas en el mundo (interior y exterior)y, gracias a su capacidad de recordar, relacionar e interpretar, relanza la palabra, la pone nuevamente en circulación, sin pretensión de ser el primero o el último en tocarla, y sin conciencia, como en el caso de Bach y Beethoven, de que se pueda tratar de un eventual plagio del futuro.
domingo, 16 de diciembre de 2007
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